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Museo Arqueológico y Centro Cultural de Orellana (MACCO)

El MACCO en el Día Internacional de los Museos

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El Museo Arqueológico y Centro Cultural de Orellana, MACCO, se inauguró oficialmente el 30 de abril del 2015. Coca, tenía por fin uno de sus sueños hechos realidad: un lugar donde preservar su historia y desde donde difundirla. También un lugar donde poder desarrollar las distintas artes plásticas y escénicas, y un balcón al que se asomasen expresiones artísticas de otros rincones del Ecuador y del mundo ante las gentes y las aguas del Napo.

Pero, ¿De dónde nació esta quijotesca idea? ¿Cuál fue el camino, el peregrinaje que hizo posible que surgiera acá, a orillas del río Napo, en una ciudad que ha crecido a golpe de las haciendas y el petróleo, este museo arqueológico y centro cultural?

Habría que retroceder hasta el primer milenio de la Era Cristiana para comenzar esta historia. Entonces, unos hombres tupí-guaranís llamados Omaguas, comenzaron su propio peregrinaje, remontando el río Napo hasta asentarse en su curso alto, en estas tierras por las cuales caminamos nosotros hoy. Su cultura, con el tiempo, como tantas, se apagó, se diluyó, se perdió mestizada con las gentes y el barro del Napo, su memoria, en forma de mascarones de barro cocido: platos, urnas funerarias con los huesos de sus primero y últimos dueños, quedaron enterradas, olvidadas en la orilla del río Napo, para aflorar eventualmente y asustar o impresionar a propios y extraños.

Cinco siglos. Cinco siglos de olvido. Y entonces, aparecieron unos arqueólogos, pioneros en el estudio de las culturas precolombinas de la amazonia y desterraron unos pocos huesos y unos pocos fragmentos de cerámica, y los estudiaron y les dieron nombre: Fase Napo. Omaguas. Poco después, misioneros con alma de filósofos, lingüistas, antropólogos se mezclaron entre las gentes del Napo y después de probar sus aguas se reconocieron en ellas, en estas gentes de piel canela y decidieron que era el momento de recoger su historia, esa contada de abuelos a nietos en una frágil conexión que amenazaba con desaparecer bajo la apisonadora de la sociedad occidental.

Nacía CICAME, Centro de Investigaciones de la Amazonía Ecuatoriana, un humilde pero lleno de orgullo galpón de madera en Pompeya, una islita del Napo que por debajo escondía su verdadero nombre: lunchi isla. Y ahí, en ese galpón comenzaron a guardarse en papel los mitos, los cuentos, los cantos, las enseñanzas, la vida de los pueblos presentes y pasados del Napo. Los amanuenses, los misioneros, que aprendieron a escuchar primero, y a hablar después como las gentes del napo. Y a escarbar con ellos, en la arcilla de los años para recopilar toda una tradición milenaria a punto de caer en el olivdo. Un escarbar que les llevaría a tropezar, casi sin querer, con aquellos mascarones de cerámica de los que hablaban antiguas crónicas… esas figuras, esa pintura, esa fuerza. Omaguas…

CICAME comenzó en 1975 un pequeño museo en el que conservar y facilitar el estudio de esos restos arqueológicos, que los expertos llamaron Fase Napo. Esos restos de aquellos primeros habitantes del Napo llamados Omaguas, produciéndose así por primera vez un encuentro entre las actuales gentes del Napo y su pasado remoto, sus ancestros. Un encuentro que ha venido fortaleciéndose a lo largo de 40 años. Años que se labran como cicatrices en la tierra mancillada del Napo, cicatrices también en la piel de unos hombres que, contra viento y marea luchar por conservar y difundir un pasado. CICAME creció. El museo cambió, salió fuera de la región del Coca para darse a conocer ante otras gentes que vivían hasta entonces de espalda a la amazonía y a sus gentes, y comenzó a sembrar semillas.

El MACCO es hoy el fruto del esfuerzo de ese buscar, ese sembrar y ese reconocerse del Vicariato Apostólico de Aguarico – Misión Capuchina: el sueño y el fruto de Juan Santos Ortiz de Villalba, Camilo de Torrano, José Miguel Goldáraz, Ángel González, José Luis Palacio, Miguel Ángel Cabodevilla y tantos misioneros que han puesto su amor en la recuperación del pasado del Napo. Es también fruto del esfuerzo del Municipio de Francisco de Orellana, que se atrevió a apostar por la propuesta-sueño del P. Miguel Ángel Cabodevilla y de la Fundación Alejandro Labaka, de hacer un verdadero museo en la ciudad de Coca. Es parte de las manos de los arquitectos Moreira que pensaron y levantaron el actual edificio del MACCO, en sí una obra de arte para albergar a otra. Es parte de las largas charlas en la casa del museógrafo, Iván Cruz, donde se discutía donde iría la mejor cerámica del mundo de la que hablaba en sus crónicas Gaspar de Carvajal.

El MACCO ya no es un sueño. Es el legado que se entrega ahora el pueblo de Orellana. Su historia. Su pasado. Su luchar por reencontrarse y ser. El MACCO es nuestra casa originaria y también la nueva ventana a la que se as asomarán,  con orgullo y reconocimiento, las nuevas generaciones (AG).